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sábado, 24 de marzo de 2007

Amor y circo

No me gusta el circo. O más bien debería decir, no me disgusta el circo. Nunca he estado en una carpa como tal. Mi barrio, uno más en esta gigantesca ciudad, ha sido territorio de circos temporales cuya calidad desconozco. Estos circos solían promocionarse con el desfile de animales, era muy curioso ver a un elefante tan lento caminar en el asfalto y uno que otro payaso caminando como Juan por su casa. Ahora son menos frecuentes las llegadas de estos circos y se promocionan en un carro y con un altavoz. En estos tiempos en los que a los activistas les preocupa más la extinsión de un elefante que los cretinos políticos, este tipo de circos se limitan a presentar botargas más que animales o trapecistas.

Un día quisimos entrar a la función mi hermano, primos y yo con los volantes que daban en los desfiles y no nos dejaron, quizás de ahí mi rechazo a las carpas. Así las cosas, mis experiencias en el circo se limitan a los mimos de Coyoacán y a los payasos de Chapultepec, éstos últimos de humor patético ya que su gracia consiste en poner en ridículo al público, con su pan se lo coman. Mi experiencia también se limita a la gira de despedida de Marcel Marseu en un espacio no diseñado para la mímica: el auditorio nacional. Como estábamos en gayola y ver desde ahí a Marcel era más un acto de fe, tuve que verlo a través de las pantallas del auditorio; en efecto, me preguntaba cómo se podía disfrutar de un mimo desde tan lejos y con pantallas digitales. A pesar de eso fue una experiencia innolvidable y ese mimo francés de una y todas expresiones sentimentales me cautivó.

Fuera de esas mínimas experiencias, he conocido más el circo através del cine, los libros y la música. Santa Sangre de Jorodowsky es una película que suelo ver una y otra vez. La escena del funeral del elefante, cuya marcha fúnebre es acompañada de payasos que tocan a trompetazos el Rey de chocolate con nariz de cacahuate y uno que otro mambo es una de las más impactantes.

De los libros recuerdo dos. El primero es uno de mis cuentos preferidos , "Un artista del trapecio" de Franz Kafka, traducido por el gran Jorge Luis Borges. No les contaré mucho del cuento, quien quiera consultarlo, se encuentra en http://www.jornada.unam.mx/2002/05/11/03aa1cul.php?origen=opinion.html . El otro libro, claro está, es la antinovela Rayuela de Julio Cortázar y aquellos capítulos en los que Horacio regresa a Buenos Aires junto a Traveler y Talita quienes trabajan en un circo; en especial, aquel episodio en el que construyen el puente con tablones para pasar la yerba del apartamento de Traveler al de Horacio, porque les da fiaca salir a la calle bajo el calor de Buenos Aires.

Así crecí, con teorías más que vivencias del circo y observé siempre de lejos la decadencia del circo mundial a finales de los 80's y durante los 90's. En México esto no fue la excepción, surgió, por ejemplo, el circo de la sin chiste, sin carisma, Chilindrina y la llegada de circos extranjeros cada uno posicionado con lo más tradicional de sus culturas: el circo ruso de Moscú con sus osos gigantes que evocaban a los fornidos granjeros rusos; el circo chino de Pekín con una ojos-rasgados que sostenía en su boca nosecuantas sillas apiladas una encima de otra, imagen que se asociaban con el gran equilibrio oriental; y los circos americanos... con sus famosos siameses (uno llamado Rony) típicos de la conmoción que pretenden hacer los americanos con sus fenómenos-tarados porque no tienen otra gracia (no en vano en "Santa Sangre" el dueño del circo es "el gringo".

Dentro de todo este mar de circos sin públicos, fragmentados y de bajo precio, surgió en Canadá el Cirque du Solei, que logró hacer negocio al involucrar actuaciones temáticas dentro de sus funciones y al posicionarse en un segmento socioeconómico alto como los ejecutivos de corporativos. De este modo, ir al Cirque du Solei, particularmente en México, resulta lo mismo que donar al Teletón de Telerisa, adoptar o becar un niño con tarjetas vendidas en el Sangrons o leer la revista Algarabía. Un día me invitaron y me pareció un exceso el precio para ser una función del circo, afortunadamente no había boletos.

Me resulta raro, sin embargo, que uno de los principales aficionados al Cirque du Solei haya sido mi ex-beatle preferido George Harrison, el más serio, el más sarcástico (a mi modo de ver), el que se hartó de la fama y dejó de sacar disco desde el 86 hasta poco antes de su muerte, el más experimental (con su respectivo fracaso en la industria cinematográfica), el esposo de la tapatía Olivia Arias y, sobre todo, el gran compositor (lamentablemente en México es conocido por una de sus canciones más comerciales y por la que fue demandado por plagio: My sweet lord). De todos los beatlemaniacos es bien conocido que poco antes de su muerte fue al Cirque du Solei con Paul y sus respectivas esposas.

El disco Love de The Beatles es una banda sonora para la nueva temporada del Cirque du Solei (cosa de la que me enteré cuando compré el disco). Es una producción de George Martín con su hijo. Tenía dudas de comprarlo porque se mezclaba "Blackbird" con "Eleanor Rigby" y "The Word" con "Drive my Car", etc. Afortunadamente, el quinto beatle volvió a que los beatlemaniacos escucháramos al grupo como antes y como nunca antes, como siempre, tan complejamente simples y tan simplemente complejos. Las mezclas son geniales. Escúchese la de "Strawberry fields forever" o "Glass onion". Además trae un homenaje implícito a George con una versión acústica a la que se le agregaron cuerdas en "While my guitar gently weeps".

En efecto, mi conocimiento del circo también se dio a través de The Beatles. Entre los recuerdos de mi niñez más gratos está escuchar un LP de los cuatro fantásticos e imaginarme en un circo sólo de ver las portadas de "Magical mistery tour" o del Sargento Pimienta. "Being for the benefit of Mr. K" es una de mis canciones preferidas; la letra es la copia íntegra de un poster de una cartelara de circo que Lennon compró en una subasta y la música es un vals con su respectiva banda circense pero psicodélica y con un final de la misma canción al revés y rapidísimo. Me viene a la mente también John vestido de cirquero en el concierto Rock and Roll circus de The Rolling Stones.

En fin, espero que el esnobismo del Circo del sol no contamine tanto a The Beatles (y si lo hace, ellos serán culpables por permitir estas cosas). He leído y escuchado algunas críticas (por ejemplo de Javier Platas de la estación Opus) y se dice que la banda sonora de Love supera por mucho la función del Cirque du Solei. He visto los videos y coincido, aquí les dejo un video del Cirque du Solei y el espectáculo Love, si a eso se le puede llamar circo y amor (me parece por momentos una combinación de la película de Vaselina con Cats de Broadway); ya de paso pueden revisar el video de "Eleanor Rigby" versión submarino amarillo y el de "All you need is love" de The Bealtes para que juzguen que les parece mejor.





domingo, 18 de marzo de 2007

Ítaca

Cuando emprendas el viaje de regreso a Itaca,
ruega que el viaje sea largo,
lleno de aventuras, lleno de enseñanzas.
No temas a los Lestrigones, ni a los Cíclopes,
ni al irritado Poseidón.
Jamás te los encontrarás en tu camino,
si tus pensamientos se mantienen nobles
y el ideal anima a tu cuerpo y a tu espíritu.
Jamás te encontrarás a los Lestrigones,
a los Cíclopes, o al fiero Poseidón,
si tú no los llevas dentro de tu alma,
si tu propia alma no los conjura frente a ti.
Ruega que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas soleadas
cuando entres en puertos nuevos,
con el alma vibrante de alegría.
Visita los mercados fenicios,
y compra delicados productos,
madre de perlas y corales, ámbar y ébano,
y perfumes voluptuosos de todas clases,
todos los perfumes voluptuosos que puedas comprar.
Visita las ciudades egipcias,
y aprende de las piedras y de los que son sabios.
Ten siempre presente a Itaca en tu mente.
Llegar a ella es tu meta final.
Pero no apresures el viaje.
Es mejor prolongarlo por años,
para que cuando ancles tu nave en la isla
ya seas viejo y estés rico
con lo que has ganado en el viaje,
y sepas que Itaca no puede ofrecerte riquezas.
Itaca te ha regalado el magnífico viaje.
Sin ella no hubieras emprendido la jornada.
Pero ella no tiene más nada que ofrecerte.
Y si la encuentras pobre,
Itaca no te habrá defraudado.
Seguramente que para entonces,
la sabiduría y la experiencia que has acumulado,
te habrán permitido comprender
lo que Itaca realmente significa.

Constantine P. Cavafy

Bolero e hipopotamo-banca

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Banca lúdica

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Un domingo en la calle de Reforma


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domingo, 11 de marzo de 2007

Chilango como gentilicio

Por Gabriel Zaid

Millones de habitantes de la ciudad de México nacieron en otra parte, y por eso es común la pregunta: "¿De dónde eres?" La mayoría de los nacidos en la ciudad no responde: "Soy capitalino" o "Soy defeño", sino "Soy de aquí" o "Soy chilango". En el resto del país, que resiente el centralismo de la ciudad de México y atribuye a sus habitantes fanfarronería y malas artes, es común que la referencia tenga un tono peyorativo, hasta con palabras neutrales; por ejemplo, al hablar de "los de México". En lo cual no se hace distinción entre los nativos y los emigrados, porque se trata de un rechazo geopolítico, de larga tradición, desde la antigua Roma: las capitales como centro del mal. Lo peyorativo está en la imagen, independientemente de las palabras. Llamar a alguien jesuita puede ser un insulto, pero los jesuitas se llaman así tranquilamente.

En el habla común de los mexicanos que viven fuera de la ciudad de México, tampoco se usa mucho capitalino (aunque sí en la prensa), ni defeño (que hasta en la prensa se usa poco), sino "de México" (que es neutral) y los apodos (coloquiales o despectivos): guachinango (Veracruz), guacho (Sonora), huache (Yucatán) y chilango (en casi todo el país).

Chilango se ha difundido tanto en las últimas décadas que bien puede pasar de apodo a gentilicio: la palabra normal para llamar a los habitantes de la ciudad de México. Aunque algunos se molestan de ser llamados así (sobre todo cuando es obvio el ánimo ofensivo), la mayoría usa el apodo con humor o naturalidad. Y a medida que los propios chilangos lo tomen tranquilamente, la neutralidad de la palabra se extenderá a todo el país.

Chilango es una buena solución para un viejo problema. No hay gentilicio de la ciudad de México. Quizá porque México es simultáneamente el nombre de una ciudad, de un estado y del país. Quizá porque no sabemos bien qué es la ciudad de México. Empezó siendo una de las poblaciones que estaban en el Distrito Federal, creció hasta conurbarse con todas y acabó reba-sando al Distrito Federal.

Decir "Voy a México", estando en Toluca, no deja lugar a dudas: es la ciudad, no el estado, ni el país. Pero, estando en Los Ángeles, hay que precisar: "Voy a la ciudad de México". Esta precisión no es tan fácil de hacer con el gentilicio. Llamar mexicanos a los del país, el estado y la ciudad sería confuso; llamar estadomexicanos y ciudademexicanos a los últimos, imposible. Los del estado encontraron una buena solución llamándose mexiquenses, que (afortunadamente, porque no es fácil inventar algo que prenda) prosperó entre los hablantes, quedó establecida y fue aceptada por la Academia. ¿Qué hacer para la ciudad?

Capitalino tiene el inconveniente de ser un término genérico para todas las capitales de estados y países, aunque se ha venido usando, a falta de algo mejor. Darío Rubio lo registra en 1925 (Estudios lexicográficos. La anarquía del lenguaje en la América Española, t. 1, p. 98), por lo cual es de suponerse que el uso tenga cuando menos un siglo. Tiene cierta coquetería de crónica modernista: quizá empezó a difundirse como elegancia periodística, que resultó práctica para abreviar. Pero, a pesar del tiempo transcurrido y del vacío existente, no acaba de establecerse en el habla común, y se ha topado con nuevos inconvenientes. Por una parte, la capital está en el Distrito Federal (para eso fue creado), pero la mitad de los habitantes de la ciudad de México ya no vive en el Distrito Federal, sino en los municipios conurbados. Por otra, para los susceptibles, capitalino y provinciano se han vuelto palabras políticamente incorrectas.

Defeño es muy reciente. El primer diccionario que la registra es el de Juan Palomar de Miguel (Diccionario de México, Panorama, 1991, p. 554). Sería bueno saber quién la inventó, y cómo empezó a difundirse, esencialmente en los periódicos. Parece corresponder al momento en el cual la ciudad de México cubría aproximadamente la extensión del Distrito Federal. No estaba mal para ese momento, aunque la forma es insólita (eleva unas siglas administrativas a la categoría de patria chica) y la palabra es fea. Quizá por esto, ha tenido poca aceptación en el habla común. Se usa más bien en la prensa. Y ahora, como capitalino (y más explícitamente), excluye a media ciudad de México.

Chilango empezó a decirse en Veracruz, según parece. El primer lexicógrafo que la registra es Alfred Bruce Gaarder (El habla popular y la conciencia colectiva, tesis unam, 1954, p. 138) en una lista de gentilicios mexicanos, donde viene como "Chilango... México, DF (Esto se oye en Veracruz)", aunque sin aclarar si el uso es neutral o despectivo.

La segunda aparición lexicográfica es en el Diccionario de mejicanismos de Francisco J. Santamaría (primera edición, Porrúa, 1959, pp. 384 y 971). Da chilango como una "Variante de shilango, usual igualmente en Veracruz" y pone como ejemplo una nota publicada en El Dictamen (Veracruz, 27-ii-57): "Los chilangos en el mercado Zaragoza". Bajo shilango dice que proviene "Del maya xilaan, pelo revuelto o encrespado" y que es "Apodo popular que en Veracruz se da al habitante del interior, en especial al pelado de México".

Tres años después, Charles E. Kany (Semántica hispanoamericana, Madrid, Aguilar, 1962, p. 39) recoge "shilango (del maya xilaan, 'desgreñado'), usado en Veracruz para designar a los habitantes del interior".

Juan M. Lope Blanch (El léxico indígena en el español de México, El Colegio de México, 1969, pp. 32, 36, 50, 52 y 63) acepta el origen maya de chilango y su carácter peyorativo. Lo incluye en una lista de indigenismos que "forman parte del vocabulario vivo de la ciudad de México", aunque no aparecieron en una serie de 343 encuestas lexicográficas entre 490 hablantes de la ciudad de México, ni en libros literarios, revistas y periódicos de aquellos años (1965-1966). Esto da idea de que la gran difusión actual de esta palabra en todo el país apenas empezaba.

Más tarde, César Corzo Espinosa registra chilango en Chiapas (Palabras de origen indígena en el español de Chiapas, Costa Amic, 1978, pp. 95-96), como nahuatlismo. El autor cree que deriva de chilan-co ("en donde están los colorados"): "Con este apodo se conoce a los habitantes de la ciudad de México, aludiendo al color de su piel, enrojecida por el frío; este mote se aplicaba a los aztecas por los nahuas del Golfo de México". Con el mismo argumento, otros han explicado que se llame guachinangos a los habitantes del Altiplano: el pez rojo es una "Especie de pargo colorado, como los cachetes de los arribeños" (José Miguel Macías, Diccionario cubano, Veracruz, 1886, citado por Joaquín García Icazbalceta, Vocabulario de mexicanismos, edición facsímil, Academia Mexicana, 1975, p. 236). Y otros (Cecilio Robelo, Francisco Santamaría, Andrés Henestrosa, Fernando Espejo) han especulado que uno o más de los apodos guacho, huache y chilango derivan del apodo guachinango.

De 1982 a 1991, se multiplican los registros de chilango: Ramón García-Pelayo y Gross (Pequeño Larousse ilustrado 1982, Larousse, p. 307). Jorge Mejía Prieto (Así habla el mexicano. Diccionario básico de mexicanismos, Panorama, 1984, p. 50). María Ángeles Soler de la Cueva (glosario del Cancionero folklórico de México, El Colegio de México, 1985, t. 5, p. 65). Juan Palomar de Miguel (Diccionario de México, Panorama, 1991, pp. 520, 1553, 1807). Casi todos siguen a Santamaría, en mayor o menor grado.

La situación cambia desde 1992, cuando la Academia autoriza el uso normal de chilango, tanto en el Diccionario de la lengua española (vigésima primera edición, Real Academia Española y Espasa Calpe, Madrid, 1992, p. 455) como en el Diccionario geográfico universal (Academia Mexicana y Fondo de Cultura Económica, 1997, p. 106) y la Ortografía de la lengua española (Madrid, Real Academia Española y Espasa, 1999, p. 126). Ninguna de estas publicaciones da etimología (porque en realidad no se conoce), ni marca la palabra como despectiva, coloquial o familiar. En la Ortografía, viene explícitamente como gentilicio. De igual manera, El pequeño Larousse ilustrado 1996 (p. 235) ya no dice, como en 1982: "Nativo de la ciudad de México, especialmente de la clase baja", sino "Que es originario de la ciudad de México". Es decir: elimina lo peyorativo y lo considera un gentilicio normal. Luis Fernando Lara (Diccionario del español usual de México, El Colegio de México, 1996, p. 314) registra chilango como coloquial, pero no como ofensivo.

Este cambio refleja la realidad. Hacia 1980 llegó a su máximo el peso (político, económico, demográfico, social y cultural) de la ciudad de México sobre el resto del país. También el resentimiento, que culminó en el racismo de aquella frase lamentable: "Haz patria, mata a un chilango". Desde entonces, la importancia relativa de la ciudad de México ha venido disminuyendo. Las crisis del poder central, la degradación de la ciudad, el desarrollo del resto del país y hasta la conciencia provocada por esa frase han matizado mucho los estereotipos. La palabra chilango empezó a neutralizarse, en un proceso reforzado por el hecho de que hace falta un gentilicio.

La Academia tuvo razón al autorizar esta palabra, pero se equivocó al no poner un aviso de que el uso todavía no es normal. Quizá resulte una omisión profética, porque cada vez hay más chilangos contentos de tener, por fin, cómo llamarse.

Publicado en 1999 en “Letras libres”

http://www.letraslibres.com/index.php?art=6061

Fecha de consulta: 3 de marzo de 2007